
Hoy nos vamos a visitar uno de esos faros que por su ubicación, en plena costa vizcaína, nos ofrece una espectacular panorámica del Mar Cantábrico y de los acantilados que lo rodean.
Se trata del Faro de Santa Catalina, situado sobre el acantilado del mismo nombre y al noroeste de Lekeitio y que pasa por ser el primer edificio de esta índole visitable del País Vasco.
La costa vasca se ha identificado como prominente en galernas y debido al perfil de su costa se hizo imprescindible la existencia de una red de faros que dieran seguridad a los barcos de la posición de la misma así como de la ubicación de los puertos ante las posibles adversas condiciones de navegación que se pudieran producir.
Un 15 de noviembre de 1862 se inauguró este faro que se eleva sobre un risco de un acantilado situado a 46 metros de altura. En aquel entonces su sistema de iluminación, arcaico para los medios actuales, consistía de una lámpara de aceite. Posteriormente y con tal de aumentar el alcance de la luz hasta las 12 millas, se sustituyó dicho combustible por petróleo.
En 1935 se modernizó a gas acetileno manteniéndose tanto la linterna como la óptica de la torre.
Para mejorar las condiciones de seguridad en 1956 se instaló una señal acústica con 6 millas de alcance que emitía la letra “L” en código Morse.
Al año siguiente la luz eléctrica hizo presencia en el faro. Se modificó la óptica y la linterna con tal de poder alojar el nuevo equipamiento eléctrico a la vez que la torre tronco-cónica con base octogonal sufrió un aumento en su altura alcanzando los 13 metros que le permitió obtener un mayor alcance lumínico llegando a alcanzar hasta las 17 millas de distancia.
La última familia farera abandonó el lugar a mediados del siglo pasado. Actualmente todo el sistema se encuentra automatizado.
La zona que antaño fuera vivienda del farero y de su familia se ha acondicionado para servir como centro de interpretación del lugar mostrando la historia y los fundamentos de la navegación.
Las vistas desde este punto son espectaculares, siendo una magnífica atalaya desde donde poder contemplar y disfrutar de los acantilados y la costa. El paso de los navíos y barcos de pesca frente a nosotros nos distrae de esa magnífica ventana al mar que representa este enclave. Por desgracia, no logramos avistar ningún cetáceo.
Sentados junto al muro nos dejamos impregnar por la fresca brisa marina mientras un cándido sol calienta nuestros cuerpos permitiéndonos disfrutar del momento.
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Nos vemos en un próximo rincón. Un saludo desde estas líneas.
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Todas las fotos que ilustran este reportaje fueron realizadas por mí en octubre de 2019.
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