Córdoba es una ciudad muy conocida del sur de España gracias a su rico pasado árabe que la llevó a convertirse en el centro administrativo y de poder de un vasto territorio en época medieval. Pero el viajero despistado puede sorprenderse al percatarse de sus orígenes romanos. Y no sólo eso, sino que fue, además, una de las grandes ciudades de la Hispania romana.
Corduba (su nombre durante la dominación romana) fue fundada entre el 169 y el 152 a.C. por el general romano Claudio Marcelo quien escogió un enclavamiento elevado cerca del río Betis (el actual Guadalquivir) para establecer una pequeña colonia que dominara la cuenca bética así como las rutas que convergían en ese punto del territorio. Y eso fortaleció su poder frente a otras colonias romanas y a otros asentamientos de tribus indígenas ubicadas en la zona. La urbe fue construida y urbanizada según los cánones romanos de la época.
Uno de los acontecimientos más dolorosos y dramáticos de la ciudad ocurrió en el siglo I a.C. cuando Corduba tomó partido a favor de Cneo Pompeyo Magno en la Guerra Civil romana siendo asediada y conquistada por las tropas de Cayo Julio César, quienes no tuvieron piedad ni de la ciudad, ya que fue saqueada, ni de muchos de sus habitantes, que fueron forzados a la esclavitud.
Este acontecimiento propició un punto de inflexión en la vida de la pequeña colonia ya que fue reconstruida y repoblada por veteranos de guerra. Esto aportó estabilidad, bienestar, grandeza y poder a esta ciudad a la que el emperador Augusto reportó el estatus de Colonia Patricia, la más alta de las distinciones que Roma daba a sus ciudades, además de convertirse en la capital de Bética, una de las tres provincias romanas de Hispania.
Recordemos que la ciudad se encontraba en pleno recorrido de la Vía Augusta, la principal calzada romana que cruzaba la Península Ibérica desde los Pirineos hasta Cádiz y este factor le permitió convertirse en un enclave estratégico de primer orden en donde se centralizaban el comercio y las comunicaciones de todo el sur peninsular.
Durante el reinado de las dinastías Julio-Claudia y Flavia su tejido social creció en relevancia posibilitando que su clase patricia fuera cada vez más poderosa. La ciudad destilaba prestancia y su monumentalidad aumentaba conforme la trama urbana se iba expandiendo desde la colina primigenia hasta la ribera del río.
Fruto de esta época de esplendor son un nuevo perímetro amurallado que ampliaba el anterior existente, una nueva urbanización del foro, el puente que cruza el Guadalquivir (todavía en pie), el acueducto, un circo, varios templos romanos, diversos baños públicos y fuentes así como la construcción de importantes mansiones y una urbanización con anchas calzadas. La mayoría de esas construcciones han desaparecido a lo largo del paso del tiempo. Actualmente quedan visibles pocos vestigios de ese pasado romano lleno de grandeza.
Uno de esos edificios es el Templo Romano de Claudio Marcelo que visitamos hoy. Se conoce de la existencia de más templos romanos aunque éste es el único del que se han encontrado restos.
Se inició su construcción durante el reinado del emperador Claudio (41-54 d.C.) y finalizó durante el del emperador Domiciano (81-96 d.C.) dedicándose al culto imperial.
Y una de las primeras curiosidades del mismo es su reciente descubrimiento ya que en 1950 aparecieron restos de lo que aparentaba ser un edificio dedicado al culto durante unas obras de ampliación del ayuntamiento de la ciudad. Lo que parecían ser restos de mármol provenientes de la zona conocida como Los Marmolejos (el área que se estaba adecentando en esa intervención era conocida desde antaño por encontrarse mármol en ella) resultaron ser los restos esparcidos y sepultados de parte de la estructura del antiguo recinto religioso.
Gracias a los trabajos arqueológicos realizados se conocen sus grandes dimensiones rectangulares: 32 metros de largo por 16 de ancho y su distribución con seis columnas en su fachada frontal así como 10 en las laterales (de las que 7 se integraban en el muro del habitáculo interior). También se han conservado el podium, los restos de la escalinata frontal y el altar así como algunos fustes, basas y capiteles de las columnas. Observando estos restos podemos llegar a la conclusión que el templo era exquisito en detalles, fruto del poder que ostentó la ciudad y de su realización por expertos artesanos.
El aspecto de los elementos elevados actual se corresponde a la zona del pórtico siendo una reconstrucción en la que convergen elementos originales (sólo tres de los capiteles corintios son auténticos) con otros artificiales para dar prestancia a la construcción destacando por encima de todo la belleza de su mármol blanco así como sus columnas estriadas.
Una de las peculiaridades que presenta esta edificación es su cimentación, pues se realizó una terraza para elevar el templo y para ello tuvieron que aportar unos contrafuertes (denominados antérides) que actuaban a modo de muro de contención para evitar su desplazamiento.
En la concepción romana del poder, así como en otras muchas culturas, los elementos esenciales de sometimiento debían encontrarse en los lugares más elevados y visibles del área en el que se encontraran. Y este templo no era una excepción.
Otros elementos originales los podemos encontrar en el Museo Arqueológico y Etnológico de la ciudad así como en la Plaza de las Doblas (donde podemos observar fustes y basas de una columna del pórtico).
Para finalizar sólo mencionar que el Gobierno de España decretó el 29 de mayo de 2007 este edificio como Bien de Interés Cultural en su categoría de Monumento. Toda una guinda para este pastel tan apetitoso.
Desde estas líneas os animamos a que lo descubráis. Esperamos que lo disfrutéis, al menos, tanto como nosotros.
Nos vemos en un próximo rincón. Un saludo desde estas líneas.
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Nota: Todas las fotos que ilustran este reportaje fueron realizadas por mí en 2017.
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