En las frías noches invernales la atmósfera cobra vida. Lo que de día se sumerge plácidamente en los recovecos y rincones lejanos de la luz, florece de noche en forma de sombras que se asoman al amparo de la Luna dando unas escenas únicas y fantásticas que conforman un ir y venir de figuras inhumanas.

Noche tras día, día tras noche, el otrora imprescindible depósito de mercancías y de recambios logísticos perteneciente a la estación de ferrocarril de Canet de Mar (pueblo costero al norte de Barcelona) se erige en icono «grafítico» del momento y del lugar a través de vastos mensajes impresos sobre su piel de ladrillo. Palabras legibles e imágenes icónicas que saludan y desean un feliz trayecto a los usuarios embarcados en los trenes que circulan junto a él.

La brisa costera es fría. Alzo aún más la bufanda para taparme bien el cuello. Me calo el gorro hasta bien inundar mis orejas en su interior. Observo el lugar. Planto el trípode, compongo la escena y aprieto el disparador de la cámara con una obturación en larga exposición controlada a través de mi cronómetro.

Y de repente la escena cobra vida. Los raíles del primer plano y las infinitas piedras de granito esconden tras las traviesas una suerte de pequeños chirridos y estridencias que dominan toda presencia física. En el interior de la desvencijada nave y a través de sus puertas y vanos desnudos se observan, hacinados, diversos elementos ferroviarios de recuperación, ya obsoletos, entre los que pululan toda suerte de criaturas nocturnas.

En estas altas horas de la noche los sonidos acompasados de ese sutil pulular faunístico, de las olas al romper sobre la cercana playa y del aroma marino cabalgando a lomos de la brisa mediterránea penetran en mí a través de mis dispositivos sensoriales, invitándome a seguir descubriendo lugares olvidados en este caminar por la oscuridad de la noche.

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