Quizás sea una de esas estructuras arquitectónicas vanguardista lo que la hace ser más bella de lo que es. Quizás sea el privilegiado lugar que ocupa lo que hace que sea admirada desde distintos espacios y bajo diferentes perspectivas. Quizás sea por el formidable momento histórico vivido por varias generaciones lo que hizo que valiera la pena su existencia. Sea por lo que sea, tenemos claro que su peculiar encanto propaga su estilizada figura por el interior del anillo olímpico de Montjuic como ninguna otra figura pudiera hacerlo.

Para nosotros estos argumentos hacen que la Torre de Telecomunicaciones de los Juegos Olímpicos sea única en su especie (como diría un biólogo). Se da la circunstancia que esta construcción es una de las dos realizadas para los famosos juegos olimpicos de Barcelona de 1992, las cuales dieron extensa cobertura internacional de este acontecimiento deportivo de abasto mundial. La otra fue la torre de telecomunicaciones de Norman Foster en Collserola.

Su construcción concluyó para la celebración de los Juegos Olímpicos de Barcelona, una de las grandes citas deportivas mundiales y que representó un antes y un después urbanístico en la Ciudad Condal, además de colocar a esta hermosa ciudad mediterránea en el centro del mapa mundial.

En esas fechas (1992) España aspiraba a ser emblema mediático desde el punto de vista cultural y deportivo a todo lo largo y ancho del planeta, todo ello bajo un gran prisma de modernidad e innovación: además de la celebración de la XXV Olimpiada también fue el año en el que Madrid se convirtió en Capital Europea de la Cultura, y Sevilla en anfitriona de la Exposición Universal.

Pero volviendo a nuestra protagonista del artículo de hoy, la construcción es conocida por otros dos nombres distintos que se han hecho muy populares. Una toma el nombre de su diseñador (Torre Calatrava) y la otra del nombre de la empresa que sufragó su construcción (Torre Telefónica).

Su forma simula la figura de un deportista de la antigua grecia arrodillado esperando a recibir una medalla (gracias a esa inclinación), aunque también nos puede parecer que su parte superior podría indicarnos un arco y una flecha. Ambas interpretaciones son metáfora de unos juegos olímpicos.

Santiago Calatrava es un arquitecto y escultor en el que el diseño y la estética priman sobre la funcionalidad. Su arquitectura se versa en innovar recreando esqueletos y estructuras de especies marinas que lucen con gran estilo propio. Y esta concepción se hace patente en la base que sustenta toda la estructura ya que se asemeja a una gran concha marina, la cual se encuentra recubierta, a su vez, por azulejos esmaltados en color blanco (un claro homenaje al «trencadís» de Antoni Gaudí, aunque este último los realizaba policromados).

Con sus 136 metros de altura es visible desde el exterior de la ciudad predominando sobre la cima de Montjuic. Esta figura plenamente reconocible se ha convertido desde su misma construcción en silueta imprescindible del skyline de la ciudad. Y, curiosamente, también ejerce su influencia a modo de gran reloj de sol proyectando su sombra sobre la aledaña Plaza de Europa.

Fue construida en acero y hormigón flexible coloreado en color blanco, con lo que se acortaron ostensiblemente los tiempos de construcción, además de convertirse en claro diseño de modernidad e innovación. Una de sus peculiaridades es la inexistencia de las antenas exteriores visibles que suelen coronar este tipo de construcciones.

Esperamos que disfrutéis de la visita, al menos, tanto como nosotros. Desde estas líneas os animamos a que la descubráis.

Nos vemos en un próximo rincón. Un saludo desde estas líneas.

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Nota: Todas las fotos que ilustran este reportaje fueron realizadas por mí en enero de 2017.

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