Hoy nos vamos a desplazar hasta la Plaza de Oriente, en Madrid. Un lugar en el que todavía se respira ese aire imperial de la España de los siglos XVII y XVIII. Es un espacio dominado por el color verde de sus paseos y por las hermosas hileras de estatuas. Pero, de entre todas las esculturas que engalanan este espacio nos vamos a fijar en una en concreto cuyo secreto interior vamos a desvelar en este artículo. Hoy nos paramos a contemplar la estatua ecuestre de Felipe IV.
Durante el reinado de este rey (1.621-1.665), Madrid se consolida como centro de la corte española y capital de un vasto imperio que comprendía grandes zonas de Europa y de América. Su reinado se integra en el “Siglo de Oro” español, un espacio temporal donde florecen con gran mesura la creatividad en las artes y las letras y donde convergen un elenco de grandes nombres de la cultura española.
Dominado por esa euforia artística, Felipe IV no quería ser menos que su padre, Felipe III, y quiso inmortalizar su figura en una estatua ecuestre a semejanza de su predecesor. La estatua de su padre tiene gran porte y es la que se encuentra en pleno centro de la Plaza Mayor de Madrid. Pero no vamos a comentar hoy esta escultura.
Para conseguir tal fin encargó en 1634 al escultor florentino Pietro Tacca la tarea de inmortalizarle sobre un caballo en el que el équido estuviera con sus patas delanteras alzadas y, por tanto, toda la obra artística se representara sustentándose sólo por los cuartos traseros del equino.
El primer problema surgió a consecuencia que la Corte se encontraba en Madrid y el escultor en Florencia. Y ninguno de ellos iba a desplazarse para la consecución del fin encargado. Y Pietro Tacca necesitaba disponer de una imagen del soberano español. Para ello se encargó a Diego Velázquez la realización de dos retratos del rey, uno de medio cuerpo y el otro a caballo, que fueron enviados al taller del escultor toscano.
Ya con el encargo y los retratos, el artista florentino tuvo que hacer frente a un impedimento técnico ya que hasta esa fecha no se había realizado ninguna estatua, a un nivel tan monumental, con las características tan específicas requeridas por Felipe IV. Explicado de otro modo, no había sido posible realizar una estatua de un jinete montando un caballo donde éste estuviese erguido y sólo sustentado por sus patas traseras.
Y claro, había que buscar una solución al problema. Era un problema de física. De alguna manera el centro de gravedad de toda la masa del conjunto escultórico tenía que encontrarse en una posición equilibrada que evitara una caída súbita o una rotura de la figura debida a su propio peso.
Por más vueltas que le dio, Pietro no fue capaz de resolver el dilema. Si queréis intentar resolverlo por vosotros mismos podéis parar un momento la lectura y pensar qué hubieseis hecho si estuvieseis en esa época y en la piel del artista.
Bueno, si ya lo habéis pensado y, además, habéis encontrado la solución, os paso a indicar lo que sucedió.
Para resolver la cuestión trató con uno de los grandes genios del ingenio (valga la redundancia), de la matemática y de la física del momento. Ese hombre era Galileo Galilei, una persona a la que le gustaban los retos, y quien después de entender el problema halló una solución muy evidente.
Ésta consistía en forjar la parte trasera del caballo totalmente maciza mientras que la parte delantera se dejaba hueca. ¡Y ya está! ¡Nada más! ¡Así de sencillo!
De este modo el centro de gravedad de la figura se desplazaba hacia la parte posterior y maciza, ubicada sobre el soporte, mientras podía la parte superior estar, en cierto modo, suspendida en el aire sin esos potenciales problemas de caída o ruptura.
Este pensamiento y planteamiento supuso una importante innovación técnica siendo pionera en su época. Quizás en la actualidad estamos demasiado acostumbrados a estas soluciones, pero en aquella época supuso verdaderos quebraderos de cabeza para el escultor.
Y por fin, la obra realizada en bronce, fue concluida en 1640.
Pero aquí no acabaron los problemas. Cuando llegó a la Corte, los rasgos faciales no gustaron al rey y se tuvo que volver a realizar la parte correspondiente al busto, decapitando la estatua original y solapando un nuevo busto.
La escultura, en origen, estuvo ubicada en el Parque del Retiro. Finalmente, a instancias de la reina Isabel II, se dispuso la figura en el lugar actual (la Plaza de Oriente) y sobre un soporte monumental. Todo este conjunto, que es el que podemos observar en la actualidad, fue inaugurado el 17 de noviembre de 1843.
El resultado es espectacular. Y su belleza brilla con luz propia. Basta contemplarla para entender y comprender el problema. En su momento se consideró una obra revolucionaria hasta tal punto que actualmente está considerada una de la mejores esculturas ecuestres existentes. Y como para su realización se necesitaron tres genios del momento: Tacca, Velázquez y Galileo, a la estatua se la conoce con el nombre de la Estatua de los tres genios.
Desde estas líneas os animamos a que la descubráis. Esperamos que la disfrutéis, al menos, tanto como nosotros. Ya nos contaréis.
Nos vemos en un próximo rincón. Un saludo desde estas líneas.
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Nota: Todas las fotos que ilustran este reportaje fueron realizadas por mí en octubre de 2015.
©Joan Oliveras. Todos los derechos reservados.
Qué curioso. No conocía esta historia. Muchas gracias por compartirlo con nosotros.
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